como los monos de gibraltar

sábado, 21 de agosto de 2010

Iconos pegamin: La de los imperdibles de la Cruz Roja

O la lucha contra el sida o Dios sabe qué.
Considerando que la fulana te asalta nada más salir de la FNAC para clavarte su imperdible en el ojal, no se conoce persona que se haya detenido a averiguar para qué cojones te está pidiendo dinero.
Muy al contrario, la reacción más habitual es pegar un salto para atrás intentando evitar el punzante objeto y acompañar el movimiento con mirada espantada y gesto de desagradable sorpresa. De esta forma se consigue un colosal efecto de desprecio que ella, muy habituada, capta.
Es en ese momento cuando su inicial mirada melosa se torna en franca hostilidad y, en ocasiones, maldiciones susurradas entre dientes.

Un clásico de Madrí.

13 comentarios:

los derechos del transeúnte dijo...

Contra las petitorias de Preciados, hay que sacar la picana eléctrica porque, a fin de cuentas, se trata de evitar que te violen.

Anónimo dijo...

La tribu urbana de hoy me arrebata.

priest dijo...

Yo creo que se clava las uñas y todo. ¿Y el niño? ¿Has visto como le mira?

mojoncillo dijo...

pistonuda cabecera, un nobel al autor

priest dijo...

¡Coño, si Triste ya es parte del Pegamin!

Anónimo triste dijo...

A mí las de la Cruz Roja me llaman por teléfono. Me ha llamado la misma dos veces con un año de por medio, más o menos. Y pone esa voz de familiaridad, cercana, como si fuera una señora del pueblo que me conoce de toda la vida. Me habla de la mala situación que atravesamos (la crisis), me pregunta que si alguna vez mi familia o yo hemos tenido —"Dios no lo quiera"— que usar los servicios de la Cruz, pero le contestó que no, y eso le rompe un poco, pero sigue, sigue hablandándome, yo ya sé que no voy a soltar el puño pero empiezo a sentirme mal y culpable, la señora está lejos, pero casi siento que me está cogiendo el codito y mirándome con sentimiento, la cabecita ladeada. Al final le digo que es que yo no tengo ningún ingreso, y entonces ya la pobre señora se queda sin argumentos, pone voz de pena y vuelve a mencionar la mala coyuntura, y me quedo yo ahí despidiéndome también con voz de pena y de pobretón. Las dos veces que me ha llamado han sido igual.

En la calle Preciados sí que me paró una vez un captador de alguna secta o algo así. Un hombrecito con pinta muy mediocre, que trataba de capear los nervios girando un llavero constantemente. Me debió de notar muy perdido y en el lodo y se me acercó. Pero me preguntó si creía en Dios y lo negué, se le puso una sonrisilla tonta y ya no supo por dónde salir.

un exigente dijo...

entrada tristona ya, ostiasssssssss, que se le va toda la fuerza en comentarios, parece lovecraft con la correspondencia

Tereso dijo...

Creo que una vez me amenazó porque osé dejejarle introducir su objeto punzante en mi pechera. Ella: mirada acusadora, suplicante (dame dinero hijo de puta). Yo, un recién llegado a la ciudad tuve que desandar el camino del imperdible y entregárselo en sus acartonadas manos. No me llegó a insultar, pero su mirada lacerante se clavó en mí como las sanguijuelas a la piel.

Hagan, a partir de ahora, lo que Priest Bronson les diga.

Por cierto, no sé si recuerdas, también en la desaparecida plazoleta de Callao, un heavy de pelo casi hasta la cintura, lacio y dorado, como salido de una postal de Slayer en sepia y que sorprendía a locales y foráneos con virtuosos armónicos y arpegios luzbelitas.

Pero más aun sorpendía su acompañante, o quizás su mecenas, una señora de unos cincuenta, generalmente vestida con faldas hasta la rodilla, con pintas de una secretaría que lleva ya muchos años en su irrenunciable puesto, la mirada al horizonte, los brazos en posición de barrera balompédica, como tapándose la zona púbica. Las facciones rígidas, sin mover un sólo músculo pese a tener a su lado al mancebo a su hijo al que quizás había pagado toda una carrera en el conservatorio, pero que en la postrera adolescencia decidió seguir a Satán.

Quizás sus arpegios no eran más que el Vía Crucis hacia una salvación que lograría finiquitar al saldar la deuda con su posible madre-mentora. Un nuevo Robert Johnson, que eligió la intersección de Gran Vía y Preciados para redimirse y pagar por sus pecados estéreo.

Anónimo triste dijo...

Me acabo de dar cuenta de que he puesto "hablandándome", que quería poner "hablándome" y luego "ablandándome" y al final he hecho una mezcla cuando revisaba. Es que tengo una avería en el aparato cognoscitivo importante yo. Pero a lo tonto he creado un neologismo muy expresivo, porque la señora me hablaba así como ablandándome, como se amasa el pan, bien trabajadito.

En fin, menudos rollos me casco. En cuanto al heavy de la Gran Vía, yo sólo recuerdo a los famosos heavies de la Gran Vía. A lo mejor Madrid Rock les sufragaba la birra como mascotas o reclamo... Ahora que el centro de Madrid ya no es del rock sino de inditex, ¿qué habrá sido de ellos?

Tereso dijo...

Esos son los hermanos Alcázar. Hombre, ellos siguen ahí como si el tiempo no hubiera pasado, unos toros de Osborne de la Gran Vía. Por lo menos, el año pasado los vi junto a unas groupies modernas luciendo palmito y cinturón de balas. Incluso salieron en el País haciendo una declaración de intenciones de los suyo después de haber cerrado Madrid Rock. Unos románticos ellos.

El heavy del que hablaba era más bien un chaval de unos veinte y la señora bien que lo acompañaba podía, por edad, ser menor que el dúo en cuestión. Solían estar los fines de semana cuando el chaval no tenía clases y se ganaba sus cuartos junto a la boca del metro.

El neologismo, por su parte, es brillante, se nota que tienes aspiraciones estéticas elevadas estimado Triste.

Anónimo dijo...

Esas escenas de captación son especialmente violentas y muy de película de Hitchcock: recuerdo un día en que bien, creo que esperaba en la cola del banco o algo similar; a mi lado, una señora de unos sesenta y algo, pequeñita, leyendo una revistita de portada con atardeceres, nubes aliladas y demás -yo, que confieso la imposibilidad de reprimir mis instintos curiosos cuando veo que alguien a mi enredor está leyendo algo, sea lo que sea- ,dejo caer algo más la mirada y me percato de que tiene toda la pinta de ejemplar de La Atalaya. En estas que minutos después -yo ya, habiendo olvidado la información, claro- la señora conecta con mi presencia, me mira fijamente y me dice con voz apacible y alzando la revistita: ¿La quieres? Yo la miro, con cara de incomprensión, le esbozo una microsonrisa de cortesía y le digo que no gracias, mirando hacia otro lado. La cuestión es que la señora sigue, y en esta ocasión se pone delante de mi, y me dice...¿Seguro? Respondo que segurísimo, que muy amable pero no me interesa -ya con cierto tono hostil-. Acto seguido, la señora considera que no ha habido el márketing suficiente, así que vuelve a la carga y me suelta un discurso impresionante sobre lo perdidos que andamos los jóvenes hoy en día y cómo podría llegar a una vida plena en su Sociedad Watchover. Yo ya, hasta las narices, reitero que cero interés, y le suelto un par de frases lapidarias desmontándole todo posible argumento y demostrándole así, que conmigo no había nada que hacer...Pero ella considera que no lo ha intentado lo suficiente, y se pone a leer el libelo, con pasión y disimulo impostado, situándose estratégicamente delante de mi, de forma que yo pudiese leer; vamos , que prácticamente me supuraban los ojos con esas imágenes de crepúsculos modo fondo de blog de Corazamar ,en mis santas narices. Me aparto, ignorándola, y me dice que me arrepentiré. Asiento. Minutos después, al irse, me espeta algo como: cuando cambies de opinión ya sabes dónde estoy. Me dió el día, y bien, ¿dónde se supone que la iba a encontrar?

ramonkarlos dijo...

¿Acabará siendo Triste otro martinpescador?

Anónimo dijo...

¿Nos dedicará sus relatos cuando triunfe? ¿Se acordará del Pegamín?