como los monos de gibraltar

jueves, 7 de octubre de 2010

Pateando la calle: Pepito

Ser tonto de barrio y llamarte Pepito es más de lo que vuestra credulidad puede soportar, me consta. Pero Pepito existió (existe, de hecho) como uno de los avatares más poderosos de ese Bestiario de Discapacitados que era mi antiguo barrio, el Midian de los handicapados.

Pepe, Pepito, el Espía Ruso, el Casco Ruso, El Espía, Ojo Loco es la ristra de nombres bajo los que se cobijaba nuestro protagonista, que, como todos los grandes, no podía encajonar su chispa en los estrechos márgenes que otorga un nombre y dos apellidos, como hacemos la tropa. Lo de Espía Ruso -y su derivación en Casco Ruso- le venía porque tenía un ojo hipertrofiado, abierto desmesuradamente y fijo, como un ojo de coña, que era como el Faro de Punta Umbría y estaba siempre montando guardia. Este ojo estaba en una longitud y latitud diferente al otro, lo que hacía de Pepe una especie de cuadro de Picasso viviente, como uno de esos retratos cubistas de la Stein hecho carne. Enmarcando los dos ojos, el normal  y el de Agamotto, unas gafas de pasta tremendas, cuadradotas, que dejarían a las de Elvis Costello a la altura de unas gafas de vista cansada, con dos cristales anchísimos, permanentemente puercos, que magnificaban la fuerza de su mirada, convirtiendo su ojo bueno en un huevo frito y el chungo en el de un Leviatán. Por todo esto, o a pesar de ello, Pepito no era un tonto beatífico. Al contrario. Tenía una mala hostia de las que agrian la leche y provocan partos prematuros, como la luna llena De mano presta a repartir, reflejos de puma y patitas cortas pero increíblemente coordinadas y musculadas, no era muy aconsejable vacilarle si uno no tenía el fondo de un Fermín Cacho y la velocidad de un guepardo. Aún así, los últimos en llegar del baby boom que asoló las barriadas de extrarradio, no cejaron nunca en su empeño en eso tan español de divertirse mortificando a un ser vivo. Y es que, se me había olvidado citarlo, como un mongui de libro, Pepito regentaba un puesto de chucherías, de chapa verde botella, como una garita de soldadito de la Armada Tolili, en la que ofrecía caramelos, chicles, gominolas, pipas y sobres de Montaplex. El hecho de estar sobrexpuesto en su casita metálica y su mala hostia así como el tesoro de chuches sobre el que hacía guardia, como un dragón miope, le hacía objeto de un blitz continuo de la chavalería más chunga. Recuerdo una mañana de fiesta, tal vez fuera ya verano, doblar la esquina y ver un nublado de chiquillos, quizás más de 20, dando vueltas al kiosco, como apaches en una de John Ford, mientras Pepito, desencajadito, echaba -literalmente-espuma por la boca, mientras apedreaba con saña a los señuelos mientras los top gun de la pandilla le sirlaban medio puesto. Con todo y con eso, como esos estafermos medievales de entrenamiento caballeresco, de vez en cuando pivotaba sobre sí mismo para dar un pescozón a algún rezagado, unas hostias tremendas que sonaban sequísimas, como en un peli de los Shaw Bros. Y pobre del que pillara, desde luego, porque en pleno estado berserker podía llegar a desgraciar a alguien. Recuerdo a una vecina mía que nos decia: "tened cuidado, que está muy loco y,encima, si os mata no se le puede hacer nada". Aunque yo era muy pequeño ya me extrañaba que lo que más le preocupara a esta señora fuera que si le mataban al hijo "encima" se iba a quedar sin venganza, sin poder matar al pobre Pepito que lo único que hacía era, como todo ser viviente con tara, defenderse de la manada. Si uno quería ser malo pero no jugarse la vida lo mejor era arrimarse al ventanuco, hacer la compra semanal y, cuando el Ruski estaba relajado, confiado y sin capacidad de movimiento en esa iron maiden que hacía las veces de local para su negocio, largarle un buen "Espia Rusooooooooooo" a todo pulmón y salir cagando leches a casa a comerse las chuches con esa mezcla de subidón adrenalínico y culpa, a la vez que, en mi caso, pavor por la seguridad de que, días después, Pepito iría a quejarse al estanco de mi tío, al que compraba tabaco que revendía en su puestecillo, de que le había faltado al respeto y amenazarme para jolgorio de mis primos, acojone mío y preocupación de mis padres que siempre han pensado, y con buen tino, que el equilibrio emocional de un toli es más frágil que el pellejo de una mierda.


En la Academia de Espías Rusos

15 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué barrio era ese D?

"el equilibrio emocional de un toli es más frágil que el pellejo de una mierda." Esa frase se la enseñaré a mis hijos.

Don Julito dijo...

Una barriada de madrid, con sus yonquis, sus tontos de baba, sus gitanos, sus gentes...

Macarrismo dijo...

Joder Donju tu barriada y mi pueblo deben de ser putos vortices de estupidez, mal yuyu y paranoia; porque son los únicos lugares (aparte del arkham asylum) con semejante concentracion de locos, tontos y peña rara que he conocido.

Don Julito dijo...

Nosotros fantaseábamos con la idea de que la CIA había echado algo en el agua porque no era normal...un veranito en la playa, aburridos, mis colegas y yo hicimos una lista, de memoria, con los tontos -y peculiares, rezaba el epígrafe- y nos salieron más de 200...una cosa qud nos llenó de desazón

Haciendo Amig@s dijo...

Esa barriada era como Innsmouth, con seres innombrables inseminando a las mujeres las noches de conjunción de astros para que engendraran una raza de anormales.

http://bit.ly/aGh2Ad

Anónimo triste dijo...

Ay, los quioscos de chucherías, cuánto deseo he puesto yo ahí cuando era niño. Todavía a veces sufro uno de esos sueños en bucle, en el que estoy ante la ventanita de la caseta y no acabo de decidirme por las gominolas que quiero.
Con cinco duros hacía maravillas.

Don Julito dijo...

Igual que los estancos eran para viudas de guerra los puestos de chuches no eran para discapacitados, Triste? no recuerdas a viejos dispersos o gente con gafas gruesas?

Anónimo triste dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo triste dijo...

Viejos dispersos, sí. De esos que son figuras del Pueblo, que son instituciones, como el Ratoncito Pérez o Baltasar el Mago.

Pero mi ingenuidad infantil no reparaba en las presuntas discapacidades. Eran como abuelitos extraños, con todo un mundo de poder en ese metro cuadrado.

priest dijo...

Cojonudo. Yo también me tiraba las tardes de verano con 5 o 10 duros, claro que 25 pesetas en mi infancia cundían bastante menos que en la vuestra =P. Básicamente era escoger entre golosinas o una partida al arkanoid.

Oye Julito, esta historia podía haber entrado perfectamente en la sección de Iconos.

Difool dijo...

Madre mía, para tontos y locos mi pueblo, que es final de vía.

Tereso dijo...

Ayer en el barrio, un chaval cogió unas cajas que tenía aparcadas en la calle y cuando le sugerí que las dejara me contestó con un monosilábico aaaa en reverberación monguer. A lo lejos, un padre de familia paseaba a su gato con correa al cuello.

Don Julito dijo...

Eso no es nada, tereso...en mi barrio, había un señor que paseaba UN GALLO con correa. Decía que era un campeón.


lo peor es que era el padre de un colega mío, el Mortaki

Maack dijo...

En mi pueblo se cortaban los güevos a los gatos, de ahí viene que se nos llamaran los capadores

Tereso dijo...

Pero esto fue ayer, en un perímetro de 200m cuadrados y en un espacio temporal de 30 minutos mientras yo me hacía colega de la comunidad rumana del barrio.

Mi infancia, aunque en niveles de absoluta normalidad transcurrieron, en fría retrospectiva podría ser un capítulo de Young Ones, con sus yonquis, macarras, ladronzuelos devenidos a semidioses inmortales, perros que mordían orejas a lo Tyson, el mendigo de barrio que se nfadaba si le dabas comida en vez de dinero.. Aunque en realidad, lo que me gustaría oir es la infancia (que supongo chunga) de Superwooobinda.