como los monos de gibraltar

miércoles, 12 de enero de 2011

La sala de espera

"Acércate. Acércate más, huele esto de aquí: tenemos quince años, tenemos dieciséis años, tenemos diecisiete: y aún, querido, no damos asco". Luna Miguel, eterna lolita
"¿A que te gusta la franela?" Don Julito, eterno joven
[…] -Aunque, por otro lado, tengo la sensación de que nunca fuera a morir. A veces pienso: “¡Eh, viejo carcamal, ya es hora de morirse!”. Pero una vocecita me dice: “¡No te creas, no morirás!”-. Antón Chéjov, eterno muerto.


El decorado premonitorio de cabezas de animales muertos de caza, con su cornamenta incluida, no presagiaba nada bueno para aquel hombre. Pidió su café con leche en vaso y se largó dejándolo a la mitad.

Al llegar al ambulatorio, aún podía saborear la última colombiana que había encontrado en la calle Montera traída a su paladar por el regusto de aquel café rancio que seguramente ya estaba viajando por las tuberías del desagüe que irían a parar donde todas las mierdas de los madrileños, imaginó precariamente. Ya no había colombianas en las esquinas, pues el mercado había sido conquistado por integrantes de la nueva y renaciente Europa.

El hombre agachó la cabeza ante la entrada de las enfermeras y doctoras del ambulatorio dentro del mismo elevador y subió con ellas hasta el cuarto piso, aunque dos de ellas se quedaron en la segunda planta, en la cual se encontraban los laboratorios y las salas de extracciones.

Luego se sentó y esperó en la sala de espera, cuyas sillas (de espera) estaban abarrotadas por numerosas personas de la tercera edad como él. Cayó en la cuenta de que había huelga aquel día y que probablemente tardarían en atenderle más de lo acostumbrado y dedicó su tiempo a la contemplación de aquello que le rodeaba. Sin embargo, un pensamiento seguía machacando su ya reblandecido cerebro, y era aquel cornudo animal, que lo miraba taxidérmicamente en el bar. Ello le llevó a pensar inevitablemente en la muerte. Y como cada día pensó en ella y la vio en cada una de las cosas que le rodeaban. La vio en los suelos de imitación de mármol gris de la cuarta planta, en las baldosas grises de la pared, y en las placas del cielorraso. Incluso en la desinflada voz de la doctora que le avisaba que iba a tener que esperar un buen rato.

Se sentía muy cerca de la muerte, viejo como un coche que no pasa la ITV, con todos aquellos carcamales rodeándole y teniendo conversaciones seniles.

- Que sí mujer, ahora hay una tienda de frutas ahí.
- No, allí venden melocotones, albaricoques.


Pero él era parte de aquello, una célula de ese amorfo conglomerado pluricelular, los olvidados, los que cuidan de los nietos, los pre-muertos. “Los pre-muertos” dijo en voz baja mientras la señora de la frutería, Doña Rosario, pelaba una clementina y recitaba los beneficios de la misma a su interlocutora. Se levantó de la silla y se puso a caminar, mientras barría con la mirada a cada uno de los pacientes. Fue del pasillo hacia la sala de espera principal y allí comprobó que si sumara la edad de cada uno de los que allí estaban probablemente llegaría a 4.000. Más de los años que la Historia tenía, reunidos en una sala de espera de la muerte. A diferencia de la Historia, en esos 4.000 años reunidos en el ambulatorio no había probablemente una historia decente. Ni una reseña siquiera. Allí alargaban la vida como si de un empalme de cables se tratara, mecánicamente. Aliviaba sus aciagos pensamientos lo que iba a venir inexorablemente: el descanso eterno, ¿el camposanto? Ni pensarlo; a él ni eso, lo cremarían y lo tirarían al Manzanares para que se lo comieran los peces como mucho.



La voz de la doctora interrumpió su actividad introspectiva y señalaba con su dedo índice al señor que se sentaba junto a nuestro reflexivo hombre:

-Tereso, Ud. es el próximo.

Y aquel señor de barba que se levantó no sin dificultad sosteniéndose el hígado con la mano izquierda, entró a la consulta.

14 comentarios:

Macarrismo dijo...

Me ha gustado mucho, magistral hacer coincidir la canción con la revelación final.

priest dijo...

Jajajaja, perdona que mi juventú se tome a chirigota tu relato, pero el final me ha hecho mucha gracia.

De todas formas, empiezo a creer que los pegamines estamos medio conectados; hace un par de días estaba pensando en mi muerte y sentí por un momento un vértigo que se podría representar perfectamente con la imagen segunda de tu relato.
Además, justo antes de leer tu entrada, he contestado la parida del FS sobre lo de tu lápida con una frase en la línea del fragmento de Chejov que has escogido.

aquí un amigo dijo...

¿Pa qué echais de menos a Triste teniendo a doña Tere la nublada? Me voy a suicidar un rato...

Tereso dijo...

Alegría chavales, alegría...
Si es que lo tenía reservado para Julito, de cuando le da el arranque de juventú y me llama vieho. Yo soy un vivalavida en realidad.

ay, rapaz dijo...

así veo yo a terelu en su niniez

Don Julito dijo...

Terelu, incluso ahora, que está mostrencona y que el descolgamiento de sus brazos y cuello me tiene en vilo, como el que mira obsesivamente una gota colgandera en un grifo, me sigue poniendo burraco...y más desde que sé de buena fuente que es una borde extrema...maquinón, fijo, pero maquinón-maquinón

Anónimo dijo...

"Mientras pelaba una Clementina"
Ahí estaba anticipado el final.

Miguel.

Haciendo Amig@s dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=JixigZmBWOI

Manuel Sainz dijo...

Mira como se rie la juventud de lo que les espera a la vuelta de la esquina. Y lo más gracioso será cuando estos zascandiles se lleguen a ver en una sala de espera como esa en la que el lema del punk "no future" cobra más sentido que nunca.

Don Julito dijo...

Eso es verdad...se puede ser más nihilista que un deshauciado por edad? y potar más? y ser más asqueroso? y tener los dientes más jodidos? te digo yo que los Pistols y el Contingente bromley se inspiraron en una sala de espera de la SS

Manuel Sainz dijo...

Pues los seguidores del punk parece que están en otra cuenta.

paca dijo...

"Pero él era parte de aquello, una célula de ese amorfo conglomerado pluricelular, los olvidados, los que cuidan de los nietos, los pre-muertos. “Los pre-muertos” dijo en voz baja mientras la señora de la frutería, Doña Rosario, pelaba una clementina y recitaba los beneficios de la misma a su interlocutora. Se levantó de la silla y se puso a caminar, mientras barría con la mirada a cada uno de los pacientes. Fue del pasillo hacia la sala de espera principal y allí comprobó que si sumara la edad de cada uno de los que allí estaban probablemente llegaría a 4.000. Más de los años que la Historia tenía, reunidos en una sala de espera de la muerte. A diferencia de la Historia, en esos 4.000 años reunidos en el ambulatorio no había probablemente una historia decente. Ni una reseña siquiera. Allí alargaban la vida como si de un empalme de cables se tratara, mecánicamente."



Sobrecoge.

Anónimo dijo...

blanda!!

uno del sur dijo...

Blondo!!!