sábado, 31 de diciembre de 2011
viernes, 30 de diciembre de 2011
La unidad de enfermedades infecciosas del Hospital Clínico San Carlos de Madrid
Vuelves del curro. Tienes ganas de relajarte: te lo has ganado, después de ver a esos señores y señoras medio lobotomizados durante 8 horas (y qué coño, tu cerebro empieza a desgastarse también con eso de levantarse a las 8 y tanto facebook), necesitas tú también una lobotomía transitoria, o que tus sesos pasen a otro estado de la materia distinto del sólido durante un rato. Pero en casa no tienes nada, y hay que buscar un trapi.
Y aquí viene lo jodido del tema, porque no es como ir al LIDL yo no puedo estar sin él. La gente que se dedica a la venta de drogas al detall no suele distinguirse por su estilo de vida rutinario y disciplinado, y un día están vendiendo en un after de la Latina, otro día en la puta calle, al otro pasando una semana loca en Benidorm, y al otro con la cabeza abierta en medio de la M30 por no ser del todo puntual en el pago al mayorista.
Así que te planteas ir a las chabolas, donde siempre hay de todo y bueno. Pero la seguridad y la de tu medio de transporte es un problema que te preocupa. Y te empiezas a poner nervioso. Pero en Pegamín tenemos la solución: la unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Clínico San Carlos de Madrid.
El club del gourmet de la Cañada Real Galiana
Todo empezó con una indisposición de mi mujer. En el hospital le dijeron que podía ser algo raro y contagioso, así que a planta, Unidad de Infecciosas. Donde todas las habitaciones tienen un cartel de "En cuarentena", que no me digas que no es una cosa que acojona. ¿Y a qué planta llevan a los yonkis, con su SIDAS, neumonías, hepatitis...? Pues eso. Pero que estés en el hospital no significa que no tengas mono. Y aún menos, que no te puedas drogar.
A mi mujer le pusieron de compañera a Penélope. Yo ya la había visto en el metro pidiendo. En el hospital supuse que este ingreso sería el último o casi, estaba muy chunga. Afortunadamente, no fue así, años después la vi tirada en el el metro, vaciando la bolsita de las monedas en el suelo para contarlas, a su ritmo. Su look era el correspondiente a alguien que hubiera chupado mucha Ibiza y mucho Lavapies, eso sí, habiendo transitado la ropa en algún momento por las dependencias de Cáritas Española. Complexion fisica de altiplano, la piel de una señora de 70 años de las Hurdes, y un buen par de dientes para abrir cervezas. Teóricamente, Pe tenía que estar enchufada a la botella de oxígeno todo el rato. En la práctica, cada hora más o menos hacía una escapadita al baño para fumarse un chino. Ahí en la ducha, lavaba sus bragas y las dejaba colgadas. ¡Viva!
"¿Y de dónde sacaba la burra?", os preguntaréis. Pues de su novio, que era el que partía la pana en la planta, el que le vendía a toda la banda. Tenía una pinta infinitamente más sana y limpia que ella. Él era payo pero tenía un look agitanado, hubiera hecho un buen papel en un concurso de imitadores de Camarón. Tiene su punto de ternura que ellos sigan juntos, el yonki que corta el bacalao y medianamente sano, con la yonki hecha polvo. ¿Qué tipo de raro cariño los mantiene juntos todavía? Porque no olvidemos que un yonki evalúa a a la gente según su utilidad a la hora de pillar (lo cual, dicho sea de paso, no es peor que la forma en que te evalúa tu jefe) Y a estos probablemente el sexo se la suda desde hace siglos. Pero su amor era infinito: "Vengo de casa y estaban todos (imaginemos a "todos") allí, y querían que les invitase. Pero nada de eso cari, me lo he traído todo, pa tí y pa mí, cari, todo pa tí y pa mí".
La pareja practicaba la sana virtud del ahorro, y se traía la tele de casa para no gastar monedas en la del hospital. Tele rodeada por una cinta, "Precinto policial", rezaba. Por cierto, que ver la tele con yonkis mola bastante, aunque lo que pongan sea una mierda, sus comentarios son descacharrantes, es como verlo en una guardería pero sin que te pregunten por qué es azul el cielo ("porque de ese color tiene el culo Dios, hijo") En la sala de espera también había tele, y era la única del hospital donde se podía fumar (con la ley antitabaco ya vigente, además) A mí me venía bien, que en aquella época fumaba, pero no me pude resistir a preguntarle a la enfermera por qué, habiendo terrazas en el hospital: "Y menos mal que sólo fuman tabaco. ¿Terrazas? Sí hombre, para que se nos tiren, pues no veas tú el papeleo luego". Ahí estuve medio viendo Gladiator con un tipo muy parecido a Mané (el de VIP Noche), muy pasado, que como todos los de la planta le pillaba al novio de Pe. Manejaba el chirimbolo donde va colgado el gotero con un salero que había que verlo, parecía que en cualquier momento iba a darle vueltas como una majorette, se ve que había andado muchos kilómeros con el gotero a cuestas. Era muy risueño y afable, tenía la sonrisa de alguien totalmente a salvo ya de las preocupaciones mundanas. La sonrisa de alguien que suele decir "chachi que sí".
Pero no todo era de color de rosa: de vez en cuando (como mínimo, una vez al día) a uno le daba la paranoia y se volvía violento y le daba por gritar que se quería pirar de allí (se ve que el novio de Pe no fiaba). Entonces tenía que venir alguien de seguridad y le daba a elegir entre baja voluntaria y a la calle, o calladito y a tu habitación. Lo que es a mí, me da mucha confianza pillar en un sitio con seguridad privada.
Bueno, pues eso, cuando te veas en un aprieto, ahí lo llevas: lo sabía el Chapis, lo sabía Poli Díaz, y ahora también lo sabes tú.
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De compras,
para que luego digan de Esperanza
jueves, 29 de diciembre de 2011
Lemmy o el Horror
El otro día, en Donosti, estuve tomando unas copas en un bar mítico, un bar en el que en mi juventud follé, fumé, bebí, inhalé, aspiré y me enamoré, y bueno, era la noche del 25, había cuatro parroquianos, y entre ellos un conocido que hacía siglos que no veía. Me invitó a fumar unos cigarrillos, un pellizco de M, una marra de farla y un güisqui con hielo y acabé en su casa, a pocos metros de allí.
Yo estaba divertido y expectante, la noche de Navidad de pronto se iluminaba con la promesa de algo, difuso, sí, pero algo al fin y al cabo.
Llegamos al piso de soltero de mi antiguo amigo, desordenado con gusto, y con la nevera llena de alcohol, y me propuso ver un documental que se había descargado unos días antes. El documental no era otro que el de Lemmy, un repaso a la figura icónica del líder de Mötorhead, su obra y milagros, sus outfits, sus amigotes, su hijo, sus drogas, sus influencias musicales, sus batallitas sobre cómo le echaron hace cuarenta años de su antiguo grupo, su gusto por la estética nazi sin ser él nada de eso...
Y claro, no me pude callar. Y le dije a mi antiguo amigo que ese menda es un pringao, que su look y el de todos sus amigotes de Los Ángeles es patético y ridículo, que sus "ensayos" en la casa del batería de Nirvana apestan, que sus referentes musicales son todos AOR y completamente mainstream, que se supone que es, (según el documental) una especie de icono del Rock duro, y de lo que mola la vida en libertad y rockanrolera, y en realidad no es más que un cantamañanas incapaz de decir nada interesante, de provocar una sola imagen volteadora, y que era patético ver cómo todos esos musicuchos de Los Ángeles le chupaban el culo cuando en realidad no hacían más que reírse de él.
Dicho lo cual, vi transparente que era hora de coger mi chambergo y marcharme por donde había venido, con mi verdad por delante y Lemmy por detrás.
Ese Lemmy, todo un figura.
Un máquina.
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docudrama musical
martes, 27 de diciembre de 2011
La Pirámide del Amor en Casa Paco
9 años 9 fueron mi condena detrás de la barra en diferentes discopafs y barra de discoteca extrarradial dándole priba y charleta a la flor y nata de los mecánicos de la Ford, comerciales de lencería, empleadas del Corte Inglés y estudiantes. Aparte de broncas, borracheras, mezquindades y momentos torpemente sicalípticos, que son el fondo de armario del Bar de Copas (que se merecería, por otra parte, su propia carta del Tarot, entre los Arcanos Mayores), una de las cosas más curiosas que he presenciado es el calentón a tres bandas entre el camareta y la parejita de turno.
Ingredientes:
-Una pareja (da igual joven o madura, pero con muchos años de relación a sus espaldas).
-Un camarero (da igual feo o guapo, casado o soltero, pero que tenga motricidad fina y sepa articular palabra).
-Alcohol y/o cocaína (no obligatorios pero sí recomendables).
Modo de preparación:
Se coge una parejita de novios ya hastiados, de los que se les ha roto el amor de tanto usarlo, preferiblemente de los que gustan de inmolarse los fines de semana a base de J&B con Coca-Cola hasta lucir bufados (ellos) y con maquillaje corrido y el pelo sucio, como si vinieran de poner a caer de un burro a Bill Grundy (ellas). Se maceran convenientemente, durante 4 ó 5 horas en un adobo de alcohol de alta graduación, cocaína adulterada y abulia. De fondo (no es necesario) una selección de Grandes Éxitos de los 80's a base de A Flock of Seagulls, Men At Work, El Último de la Fila y New Order. Después de varios meses en éste plan, un par de momentos de rotura emocional con sus correspondientes episodios de celos y el colegueo con el camerero de turno -cimentado a base de rondas de chupitos a cuenta de la casa y la brasa de rigor en el after del barrio- llega el momento de emulsionar la mezcla. Para ello podremos usar las diferentes variantes en éste singular triángulo emocional:
-la piba que va soltando boutades cada vez más exageradas referentes a la fantasía de cabalgar al camarero hasta absorberlo por su coño y fagocitarlo para recuperar su amor propio, como un Rey Caníbal de los de los libros de Marvin Harris
-el tórtolo que se hace el colega y atiborra al sufrido trabajador a base de yeyo mientras amenaza con llevar a su agónica partenaire a casa para regresar al discopub y llevarse en volandas a su amiguito a quemar la noche.
-ambas situaciones al unísono pero no en paralelo.
-ambas situaciones al unísono, en paralelo y consensuadas.
Resultado:
Dolor (físico y/o emocional). Drama griego con coro. Lagrimones. Sexo de tercera. Mala conciencia. Resaca. Tute psicodramático. Miedo a la muerte estilo Imperio y depresiones Bidermeier.
Modo de presentación:
Desde aquí aconsejamos dos posibilidades:
-Piso saldado en Humanes de Madrid y vuelta a depredar en bares de copas (esta vez en comandos de una sola persona).
-Refuerzo de lazos entre la pareja y unas copas para celebrarlo y vuelta a empezar en el carrusel de las emociones extremas.
Ingredientes:
-Una pareja (da igual joven o madura, pero con muchos años de relación a sus espaldas).
-Un camarero (da igual feo o guapo, casado o soltero, pero que tenga motricidad fina y sepa articular palabra).
-Alcohol y/o cocaína (no obligatorios pero sí recomendables).
Modo de preparación:
Se coge una parejita de novios ya hastiados, de los que se les ha roto el amor de tanto usarlo, preferiblemente de los que gustan de inmolarse los fines de semana a base de J&B con Coca-Cola hasta lucir bufados (ellos) y con maquillaje corrido y el pelo sucio, como si vinieran de poner a caer de un burro a Bill Grundy (ellas). Se maceran convenientemente, durante 4 ó 5 horas en un adobo de alcohol de alta graduación, cocaína adulterada y abulia. De fondo (no es necesario) una selección de Grandes Éxitos de los 80's a base de A Flock of Seagulls, Men At Work, El Último de la Fila y New Order. Después de varios meses en éste plan, un par de momentos de rotura emocional con sus correspondientes episodios de celos y el colegueo con el camerero de turno -cimentado a base de rondas de chupitos a cuenta de la casa y la brasa de rigor en el after del barrio- llega el momento de emulsionar la mezcla. Para ello podremos usar las diferentes variantes en éste singular triángulo emocional:
-la piba que va soltando boutades cada vez más exageradas referentes a la fantasía de cabalgar al camarero hasta absorberlo por su coño y fagocitarlo para recuperar su amor propio, como un Rey Caníbal de los de los libros de Marvin Harris
-el tórtolo que se hace el colega y atiborra al sufrido trabajador a base de yeyo mientras amenaza con llevar a su agónica partenaire a casa para regresar al discopub y llevarse en volandas a su amiguito a quemar la noche.
-ambas situaciones al unísono pero no en paralelo.
-ambas situaciones al unísono, en paralelo y consensuadas.
Resultado:
Dolor (físico y/o emocional). Drama griego con coro. Lagrimones. Sexo de tercera. Mala conciencia. Resaca. Tute psicodramático. Miedo a la muerte estilo Imperio y depresiones Bidermeier.
Modo de presentación:
Desde aquí aconsejamos dos posibilidades:
-Piso saldado en Humanes de Madrid y vuelta a depredar en bares de copas (esta vez en comandos de una sola persona).
-Refuerzo de lazos entre la pareja y unas copas para celebrarlo y vuelta a empezar en el carrusel de las emociones extremas.
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Don Julito,
Donde esté la olla,
Miedo y asco,
Si bebes no conduzcas
sábado, 24 de diciembre de 2011
Quiero ser cruel y moderno pero mi infierno es ser el último romántico
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¿quieres iluminar mi ser?
viernes, 23 de diciembre de 2011
jueves, 22 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
Allende los mares II: te amo y no soy correspondido
No había cosa más desgraciada para un niño como yo el salir con sus padres y mis hermanos por ahí. A finales de los ochenta, padre trabajaba aún en empresa con gran cuidado por los empleados. O un sindicato tocapelotas, quien sabe. Lo cierto es que en una noche de verano en fin de semana nos dirigimos hacia el club social y deportivo de la compañía de marras a una cena de esas que tan de moda se ponen a finales de ciclo anual. Mientras a vosotros los huevos se les congelaban, servidor fantaseaba con helados de palitos bicolore gratis escuchando el croar de sapos anunciadores de una tormenta de verano y refusilos en el oscuro horizonte americano.
Mi padre, que siempre destacó por su gilipollez y necedad, estaba planteándose si ir o no ir a la cena por razones que barajaba con espíritu análitico. La primera, era que odiaba los putos eventos sociales, prefería estar en casa tocándonos los cojones a nosotros que se los toquen a él jefes, compañeros y todo el mundo en general. Nada reprochable. La segunda, y aquí es donde coincidía sospechosamente con mi madre, era que el grupo que iba a amenizar la velada era “pesado” según su básica lógica musical. Tras varios intercambios de información y comprender que efectivamente era una cena de empresa y que pese a que la misma fuera del ramo metalúrgico no había razón alguna para convocar un grupo de rock pesado (como ellos llamaban a cualquier mierda que no saliera por radiofórmulas o fuera posterior a los años ´70) a un evento familiar.
Con el tiempo, cuando re-contaban la anécdota fui hilando detalles que me hicieron ver su enorme ignorancia en el tema pues el grupo que ellos primeramente intuyeron pesado eran los Enanitos Verdes que no es más que una formación de pop chusco equipabable a lo que aquí te podría recomendar un oficinista cuando te dice lo mucho que le mola la “musica de los ochenta” o “el pop español”. Pero lo cierto es que bastante difería el grupo ejecutante en la cena del que mis viejos creían. La agrupación que mantuvo a empleados, obreros y altos ejecutivos semi-atentos entre canapés y mierdas con mayonesa y sanguchitos de miga fueron unos señores peruanos, que tocaban bajo el nombre de Los Pasteles Verdes. Y tampoco eran pesados papá. En los setenta fueron must en matineés y un reclamo para poder meter mano a las mozuelas por parte de nuestros progenitores. Como era natural en este tipo de conglomerados musicales, se decantaron en los ochenta por animar eventos como al que asistimos mi hermano y mis viejos aquella noche. Hicieron probablemente su tema insignia, El reloj, disco de oro en 1974 y baladas costumbristas, con órgano rezongón y poca chicha. También quizás sonaron canciones de temática cuasireligiosa como Angelitos Negros y otras barbaridades que ni Pizarro con Atahualpa. Pero a mi, el tema que me atrajo de toda la vida, o sea, desde hace dos años que fue cuando lo escuché por vez primera, fue Te amo y no soy correspondido, que en comparación con el ritmo de sus otras canciones es todo un uptempo. Batería y bajo son la alfombra para que pisen sobre ella los lamentos de Aldo. Sofocantes sollozos que se describen por sí solitos ya en el título y en los cuales no hace falta regocijarnos. Que no es plan.
No recuerdo nada del concierto, y muy poco de la fiesta la verdad, solo anécdotas de mis padres, el olor a humedad de una lluvia llegando y comer helados de palito bicolor gratis. Pero fue, si no me equivoco, mi primer concierto. Los Pasteles Verdes. Toma ya vida miserable.
Mi padre, que siempre destacó por su gilipollez y necedad, estaba planteándose si ir o no ir a la cena por razones que barajaba con espíritu análitico. La primera, era que odiaba los putos eventos sociales, prefería estar en casa tocándonos los cojones a nosotros que se los toquen a él jefes, compañeros y todo el mundo en general. Nada reprochable. La segunda, y aquí es donde coincidía sospechosamente con mi madre, era que el grupo que iba a amenizar la velada era “pesado” según su básica lógica musical. Tras varios intercambios de información y comprender que efectivamente era una cena de empresa y que pese a que la misma fuera del ramo metalúrgico no había razón alguna para convocar un grupo de rock pesado (como ellos llamaban a cualquier mierda que no saliera por radiofórmulas o fuera posterior a los años ´70) a un evento familiar.
Con el tiempo, cuando re-contaban la anécdota fui hilando detalles que me hicieron ver su enorme ignorancia en el tema pues el grupo que ellos primeramente intuyeron pesado eran los Enanitos Verdes que no es más que una formación de pop chusco equipabable a lo que aquí te podría recomendar un oficinista cuando te dice lo mucho que le mola la “musica de los ochenta” o “el pop español”. Pero lo cierto es que bastante difería el grupo ejecutante en la cena del que mis viejos creían. La agrupación que mantuvo a empleados, obreros y altos ejecutivos semi-atentos entre canapés y mierdas con mayonesa y sanguchitos de miga fueron unos señores peruanos, que tocaban bajo el nombre de Los Pasteles Verdes. Y tampoco eran pesados papá. En los setenta fueron must en matineés y un reclamo para poder meter mano a las mozuelas por parte de nuestros progenitores. Como era natural en este tipo de conglomerados musicales, se decantaron en los ochenta por animar eventos como al que asistimos mi hermano y mis viejos aquella noche. Hicieron probablemente su tema insignia, El reloj, disco de oro en 1974 y baladas costumbristas, con órgano rezongón y poca chicha. También quizás sonaron canciones de temática cuasireligiosa como Angelitos Negros y otras barbaridades que ni Pizarro con Atahualpa. Pero a mi, el tema que me atrajo de toda la vida, o sea, desde hace dos años que fue cuando lo escuché por vez primera, fue Te amo y no soy correspondido, que en comparación con el ritmo de sus otras canciones es todo un uptempo. Batería y bajo son la alfombra para que pisen sobre ella los lamentos de Aldo. Sofocantes sollozos que se describen por sí solitos ya en el título y en los cuales no hace falta regocijarnos. Que no es plan.
No recuerdo nada del concierto, y muy poco de la fiesta la verdad, solo anécdotas de mis padres, el olor a humedad de una lluvia llegando y comer helados de palito bicolor gratis. Pero fue, si no me equivoco, mi primer concierto. Los Pasteles Verdes. Toma ya vida miserable.
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allende los mares,
donde esta el htlm,
pasteles y cenas de navidad,
yei
jueves, 1 de diciembre de 2011
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